La fiesta del toro enmaromado de Benavente constituye un eslabón más en la larga cadena de ritos y fiestas en un país donde la figura del toro ha tenido siempre una concepción mágico-religiosa. Un país donde las antiguas tradiciones en torno a las suertes del toro y a la tauromaquia han sufrido a lo largo de los siglos un proceso dinámico cambiante, trocando lo que un principio fue un rito vinculado al fenómeno religioso, en el amplio sentido de la palabra, en una tradición lúdica y festiva. Caro Baroja establece el origen de los toros de cuerda o enmaromados en el contexto de las fiestas familiares, teoría que comparte Álvarez de Miranda, quien sitúa a los toros enmaromados como una de las variantes de los denominados «toros nupciales», que tenían lugar con motivo de algunas bodas significadas. Costumbre ésta que en otros tiempos estuvo extendida por amplias zonas del país.
José María Cossío en su famoso tratado de tauromaquia y en sus referencias a las suertes taurinas más populares señala que «Con el término correr los toros se designa a la acción o juego que tiene como denominador común mezclarse con los toros: toros enmaromados, de fuego, nocturnos o mañaneros se corrían, y a ellos salían caballeros y mozos resueltos a lucir su destreza y su valor. Al hacerlo perpetuaban viejísimas costumbres, tradiciones a veces de carácter mítico que fueron sin duda la primera chispa de la fiesta». Más concretamente sobre los toros de cuerda o enmaromados indica que «Existiendo testimonios muy viejos de esta costumbre en diversos rincones del país. En algunas localidades que abriera la procesión un “gayumbo”, con el desorden y riesgo que había de prevenir dando suelta o sujetando al toro que iba enmaromado».
En el caso de Benavente, existe una estrecha vinculación con la festividad religiosa a la que precede, tal es así que desde fines del siglo XVII se incluyen en la llamada «Función del Corpus» los gastos del festejo del toro enmaromado, así como los relativos a la leña de las hogueras y luminarias que se realizan la víspera del Corpus Christi. Esta estrecha vinculación entre lo religioso y lo profano parece inclinar a encuadrar del festejo benaventano en la órbita de los llamados toros de San Marcos, pertenecientes a una saga de rituales y tradiciones en torno a la figura del toro. Ritos en los que el toro interviniera han podido tener análoga interpretación religiosa que las corridas votivas y encubrir el resto de liturgia o culto pagano o táurico. De hecho, algunos autores como Puras Hernández han percibido este trasfondo religioso por «aparecer asociada con la celebración religiosa del Corpus Chisti (día posterior) y recorrer el Toro Enmaromado unas horas antes las calles por las que discurrirá la procesión con el relicario al frente». Este mismo autor incide en el carácter mágico-regenerador del rito, ya que los mozos, explica, acuden al interior del matadero para mancharse las zapatillas con la sangre del animal muerto.
Sin embargo y a nuestro entender sobre ello hay que mantener una cauta reserva, pues el toro enmaromado o de cuerda, también conocido popularmente en algunas zonas como gayumbo, fue una de las formas más generales de lidia. No olvidemos que esta modalidad de ritualidad taurina tuvo especialmente en los siglos XVI y XVII una gran aceptación y que este tipo de festejos se extendieron por gran parte de esa piel de toro, nunca mejor dicho, que es nuestro país. Esta aceptación y extensión no se circunscribe únicamente a los toros enmaromados o de cuerda, sino toda una serie de fiestas y suertes taurinas que tuvieron gran difusión en el pasado.
En toda la península se han recogido mitos referentes al toro bajo la forma de leyendas. En ellas suelen subyacer creencias ancestrales, en el caso de los toros generalmente relacionadas con la fecundidad y basadas en el prestigio que se atribuye al toro como animal dotado de gran poder para engendrar. En el caso del festejo benaventano algunos estudiosos han creído ver signos en algunos de los componentes o elementos que le son característicos y que en estos festejos permanecen vestigios ancestrales de paganía. Así, Vega Casado, pretende ver el reflejo de antiquísimos ritos que tenían como símbolo al toro y que podrían remontarse incluso a los cultos mitraicos. Establece en su hipótesis paralelismos como la coincidencia con una de las festividades mayores de la cristiandad (Corpus), la petición por el pueblo y posterior elección del animal, su traída desde la dehesa y su desenjaule, su conducción por un itinerario prefijado, su recorrido y sacrificio, etc., con los antiguos ritos táuricos.
La fiesta del Toro Enmaromado de Benavente supone la consolidación de una tradición que cíclicamente se celebra y, al mismo tiempo se rejuvenece cada año, como el Ave Fénix que renace de sus cenizas. Las gentes son las que hacen posible la fiesta; la fiesta como catarsis, lo lúdico como válvula de escape o manifestación de lo espontáneo…, el placer colectivo, del que habla Caro Baroja. Una de las mayores dificultades para captar con mayor claridad el sentido original de estas manifestaciones, como es el caso del toro enmaromado o de cuerda, es que la historia no se ocupó de ellas porque formaban parte de un patrimonio oscuro, extraño e intrahistórico. El rito originario cuyo protagonista es el toro, se ha visto sometido a una cierta deformación y para reconstruir su carácter primitivo, hemos de atenernos en primer lugar a la documentación existente sobre el mismo, historiando hasta donde nos sea posible, pese a lo limitadas que son las fuentes en algunos momentos. El segundo paso para abordar el tema es ya competencia de etnólogos, antropólogos y estudiosos de lo táurico. Es desde el conocimiento de nuestra historia y tradiciones como podremos comprender y valorar mejor nuestra identidad cultural como comunidad humana.
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