A lo largo de la historia han sido numerosas las restricciones con respecto a los festejos y espectáculos taurinos que han mantenido moralistas, teólogos y autoridades. Ya en tiempos medievales Alfonso X “El Sabio” aplicó alguna norma restrictiva sobre estos festejos, pero serán sin duda las intervenciones de la Iglesia actuaciones de la Iglesia quienes más repercusiones tendrán en este sentido. Tal es el caso de la bula Pío V, “De salutis gregis dominici”, de 1567. Sin embargo, fueron muchas las instituciones que los promovían y patrocinaban, tal es el caso de reyes, nobles, concejos o ayuntamientos, universidades, gremios, asociaciones y cofradías, y sobre todo la propia Iglesia que los autorizaba o toleraba bajo el pretexto de cualquier celebración o conmemoración pública o de carácter particular.
Como ya hemos señalado tal es el caso de los toros «misacantanos», nupciales, votos de toros, etc. Todo ello abunda en la idea de la importancia social y económica que en el pasado alcanzaron este tipo de divertimentos. Pero sin lugar a dudas fue una provisión real de Carlos IV, expedida el 30 de agosto de 1790, prohibitoria del “abuso, que es frecuente en muchos pueblos del Reyno, de correr novillos y toros que llaman de cuerda, por las calles, así de día como de noche”, la medida en este sentido que más trascendencia y repercusión alcanzó. Con su aplicación desaparecieron muchos festejos de toros de cuerda, ensogados o enmaromados y con ellos muchas de las variantes y formas peculiares de esta suerte o festejo taurino popular.
El toro de cuerda, enmaromado o ensogado fue una de las formas más generales de lidia. De este modo sobre este tipo de suertes taurinas de raigambre popular, José María Cossío señala que “Los pueblos las celebran en ocasiones de conmemorar festividades religiosas como festejo equiparable a bailes o juegos, pero que por lo que de arriesgado tienen el espectáculo taurino, celebran con ansiedad superior y expectación mayor”.
Si bien todos estos festejos tienen como elemento común la sujeción del toro con la cuerda, soga o maroma de festejos populares son numerosas y variadas las formas de manifestación de esta práctica o tradición popular de correr los toros de cuerda, ensogados o enmaromados, estando determinadas en gran parte por las prácticas y costumbres de cada lugar. Cada festejo obedece a la particular dinámica histórica e idiosincrasia de cada localidad, de tal forma que cada población tiene sus modos o usos peculiares de llevarlo a cabo. Cada uno presenta características, rasgos o singularidades que le son propias y que le distinguen de las otras, aunque también existan elementos comunes que permiten establecer diferentes tipologías o variantes de este festejo popular.
Se pueden fijar así un centenar de localidades correspondientes a veintiséis provincias de España, más otras de la vecina Portugal, además de algún caso en Francia e Iberoamérica. Su distribución geográfica en España no es uniforme pues se concentra en seis o siete comarcas o zonas del país, con el añadido de unas pocas poblaciones aisladas en las que aún se mantiene por la arraigada afición de sus vecinos.
La tradición de correr toros enmaromados por las calles de nuestros pueblos ha pasado por numerosos avatares históricos que de una forma u otra afectaron a la vida cotidiana de sus habitantes y a sus fiestas, sin embargo, la continuidad de estos festejos ha sido posible gracias al arraigo de la tradición y a la voluntad de sus habitantes que pese a todo han mantenido tan singular rito.
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