La fiesta del toro de cuerda, enmaromado o ensogado, constituye un eslabón más en la larga cadena de ritos y fiestas, en un país donde la figura del toro se ha entendido siempre desde una perspectiva y concepción mágico-religiosa. Sabido es que existen ciertos asuntos y actitudes en la vida qué al realizarlas de una manera reiterada y rutinaria, en apariencia pierden la carga de simbolismo oculto que generalmente les precede. Algo así puede que haya ocurrido con este tipo de festejos. De tal forma que se aprecian conexiones o reflejos de antiquísimos ritos que tenían como símbolo al toro. Así se aprecian signos y paralelismos con los antiguos ritos táuricos, entre ellos la petición por el pueblo y posterior elección del animal, su traída desde la dehesa y su desenjaule, su conducción por un itinerario prefijado, su recorrido y sacrificio, etc. Ritos paganos que por sincretismo religioso fueron adoptados y modificados con la implantación del cristianismo. No es de extrañar por ello que muchos de estos festejos coincidan con algunas de las celebraciones mayores de la cristiandad.
Los festejos de toros de cuerda, ensogados o enmaromados tuvieron en la Península Ibérica una gran aceptación y expansión durante la Edad Media. Así se recoge en documentos forales como los de Tudela, también llamado de Sobrarbe (s. XII), el Fuero de Albarracín (s. XIII), en diversas crónicas medievales y en otros relevantes documentos como son las Cantigas de Alfonso X “El Sabio” (s. XIII). Algunos autores e historiadores de la tauromaquia atisban un origen remoto de las fiestaS populares de toros en actividades cinegéticas de las antiguas culturas hispanas. Tal es el caso de autores, aristócratas entendidos en tauromaquia, como Juan Gualberto López-Valdemoro (Conde de las Navas), José María del Palacio y Abárzuza, (Conde de Las Almenas), Bernardino de Melgar y Abreu. (Marqués de San Juan de Piedras Albas). Otros reputados autores centran su origen en antiguos rituales sacrificiales como Pedro Romero de Solís, Manuel Delgado o Julián Pitt-Rivers. El etnógrafo y antropólogo Julio Caro Baroja establece el origen de los toros enmaromados o de cuerda en el contexto de las fiestas familiares. Estas fiestas en las que se corrían toros ensogados se solían celebrar por diferentes motivos: festejar visitas de reyes o grandes personajes, ordenaciones de sacerdotes, nacimientos, bautizos, esponsales y casamientos. Esta teoría es compartida por Pedro Álvarez de Miranda, quien sitúa a los toros enmaromados como una de las variantes de los denominados “toros nupciales”, que tenían lugar con motivo del ritual y celebración algunas bodas significadas. Costumbre ésta que en otros tiempos estuvo extendida por amplias zonas de España. Sostiene que este tipo de festejos provienen de rituales asociados al culto a la fecundidad y la fertilidad, en los que el hombre pretendía apropiarse del poder genésico del toro.
El correr toros ensogados fue una práctica habitual para festejar las primeras misas de los sacerdotes, de ahí deriva el nombre de «Toros Misacantanos». Otra costumbre muy extendida en los siglos XIV y XV la de celebrar fiestas votivas o votos a santos patrones de un lugar o por un gremio o cofradía con toros ensogados. Costumbre que perduraría durante los siglos siguientes en muchos lugares de la península y que ha sobrevivido en algunos lugares. A falta de un origen certero de estas suertes populares atendemos a la obra de Francisco J. Flores Arroyuelo (“Correr los toros en España – Del monte a la plaza”), quien como hipótesis lógica establece la posible raíz de los mismos en el traslado que como cazador ya el hombre prehistórico llevaba a cabo de los toros primitivos o uros, para lo cual debía servirse entre otros elementos y técnicas del uso de cuerdas o maromas para poder controlarlos y conducirlos hasta recintos seguros. Durante los mismos se llevarían a cabo carreras, desplantes y otras incidencias que proporcionarían riesgo y diversión a los lugareños. Era habitual en los siglos XVI y XVII en todas las ciudades y villas del reino, qué dada la extraordinaria afición a todas las suertes y juegos taurinos, y con motivo de cualquier pretexto festivo o simplemente con ocasión de la llegada desde las dehesas del ganado bravo que se traía al matadero para surtir el abasto de carne, los mozos del lugar ejercitasen toda clase de alardes y divertimentos taurinos. El mismo Flores Arroyuelo, en su obra: «Del toro en la antigüedad: animal de culto, sacrificio, caza y fiesta», contempla este aspecto: “los toros corridos por las calles de los pueblos en los llamados encierros (…) tuvieron su origen, como el toro ensogado, en la traída de los toros de los montes y dehesas a los pueblos, aunque aquí, la presencia del toro libre nos está diciendo en buena parte que estamos ante un ritual de fiesta propia de una urbe y que viene a recordar cuando llegaban a ella los toros que habían sido conducidos por los vaqueros y pastores a través de campos y numerosas jornadas (…) Esta era la forma común de conducir las toradas, lo que obligaba a que en muchos pueblos existiesen corrales acondicionados en sus afueras para servir de guarda y amparo hasta que proseguían camino o, por último, eran conducidos a los mataderos, o a los toriles de la plaza para ser corridos en los días de fiesta en que quedaban enchiquerados en espera del momento de salir al coso».
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